Bernardino Caballero oriundo de Ybycui, “descendía de fuertes vizcaínos –escribe Juan E. O’leary, y se contaba entre sus abuelos, Capitanes y Gobernantes, gente linajuda, de la más alta posición en la vida colonial. Sangre de soldados, sangre heroica corría por sus venas”…
Tal herencia había de imprimir en él genuinas virtudes del que supo hacer gala en la paz y en la guerra. Soldado en Cerro León en 1864, llegó al final de la guerra con la máxima jerarquía castrense, General de División. En todo el curso de la contienda contra la Triple Alianza, su lealtad y heroísmo fueron proverbiales.
No le cupo vivir en tales jornadas la victoria de gloriosas batallas. Es que si el General Díaz conoció el halago del triunfo, Bernardino Caballero fue por antonomasia el héroe de la resistencia. Fue la protesta inclaudicable ante la conciencia de los pueblos de América y el mundo, ante una guerra bárbara de exterminio, que se hacía a un noble pueblo. Pueblo laborioso y pacífico que llevó su aliento al pie de las últimas trincheras en Cerro Corá.
Sí, Caballero fue el soldado de la resistencia. Jornadas memorables señalan su esplendente espada en los campos de batallas; Tajy, y Tatajyva. El asalto a Tuyuti le vale el ascenso a Coronel de la Nación, al mismo tiempo que prende en su pecho la medalla de honor. El famoso cuadrilátero y la retirada a San Fernando contaron con la magnífica organización del General Caballero. Tiempo después, Ytororó, Avay, Lomas Valentinas y también la conmovedora batalla de Acosta Ñu cuando el ejército paraguayo lo integraron niños, adolescentes y ancianos, los vio al frente de sus legiones.
Comisionado por el Mariscal López en vísperas de Cerro Corá no estuvo en esa pavorosa escena final de nuestra tragedia.
Le aguardaba la tarea suprema de reconstruir la patria. Ciclópea labor de reavivar todo su pasado magnífico, y proyectarse hacia un futuro entre montañas de escombros, y un inmenso erial.
Pero estaba Dios en aquel robusto brazo, que con esforzado ánimo sostuvo su fulgurante espada en los campos de batalla, había de levantar a la patria de su postración y ruina.
De guerrero pasó a ser caudillo en las incipientes luchas cívicas de la posguerra. Aglutinó en torno de su persona a los más genuinos de la paraguayidad. Y es que su popularidad era grande, como grande era su noble espíritu de que siempre había dado pruebas en horas en que inconfesables pasiones enceguecían los ánimos. Por encima de mezquinos personalismos, emprendió la reconstrucción nacional.
Fecundo en obras de civilización y cultura yergue su carismática personalidad a fines del siglo pasado y concreta las aspiraciones de sus conciudadanos al fundar la Gloriosa Asociación Nacional Republicana un 11 de setiembre de 1887.
Su manifiesto fundacional expresa “el Partido Nacional Republicano es una agrupación de ciudadanos que animados de un sentimiento común, el de la prosperidad y engrandecimiento de la patria, dirigirá todos su anhelos a hacer efectivos los grandes propósitos consignados en el bello preámbulo de la Constitución de la República”.
“No nace nuestro partido obedeciendo a principios de afección pasajera y personal; ni tampoco data su existencia de ayer cuando resolvimos constituirnos en Asociación Política. Los elementos que lo componen han mancomunado más de una vez sus fuerzas dispersas para mantener la bandera de los principios a cuya sombra se han cobijado los buenos para defender la libertad, la justicia y el derecho. He ahí su gloriosa cuna en el pasado, he ahí su más legítimo timbre en el porvenir para aspirar al aprecio y simpatía sinceros del noble y heroico pueblo paraguayo”.
“Nuestro programa se resume en dos palabras: Paz y respeto a las instituciones”
Tal, la bandera y divisa de nuestra agrupación política cimentada en lo más genuino del ser nacional.
Bernardino Caballero, soldado de esclarecida memoria en los días de la gran tragedia, nos legó en la paz, una asociación de hombres libres orientados a realizar el ideal de la justicia.
Bernardino Caballero fue un hombre signado por el destino para defender a su patria y luego para reconstruirla levantándola de sus cenizas para convertirla nuevamente en una gran nación.